“Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no
obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos;
traté de sufrirlo, y no pude.” .- Jeremías 20:9
Cuando la Biblia habla del “fuego ardiente” de Dios, se refiere a la
pasión por hacer Su voluntad. Ésta es
una fuerza interna que proviene de Dios y nos impulsa a conocerlo más y caminar
en su amor y poder.
La pasión de Jesús por cumplir Su propósito en la tierra fue la fuerza
interna que lo empujo a vencer el sufrimiento. La pasión de Jesús era la misma
pasión del padre por ver un mundo salvo, sano y liberado.
Los reemplazos
del fuego de Dios:
El fuego por Dios puede apagarse. Jesús lo llamó: perder el primer amor.
Cuando una persona pierde la pasión por Dios y por hacer las cosas que Dios le
mandó hacer, es porque no supo mantener el fuego encendido en su altar
personal.
El espíritu de estad edad – que niega la pasión por Dios y le llama
fanatismo - ha querido traer reemplazos a la pasión genuina por Dios. Entre
esos reemplazos están: el entusiasmo, el pensamiento positivo, los mensajes
motivacionales, la inspiración y el optimismo. Sin embargo, el optimista no
espera nada, mientras que quien vive por fe siempre está a la expectativa de lo nuevo que Dios hará en
su vida. No confunda la pasión con el entusiasmo o el optimismo, pues los dos
últimos no producen cambios. Donde no hay presencia de Dios, no hay fuego para
purificar, ni pasión para cumplir el propósito de Dios.
Hay tres tipos de
pasión por Dios:
1-.
La que viene de la presencia de Dios. Es
el resultado de ofrecer sacrificios espirituales a Dios. Cuando oramos, ayunamos, ofrendamos y
nos presentamos ante Él de continuo,
también de continuo Su presencia está en nosotros.
2-. La que viene por asociación. Ésta resulta
de asociarse con gente enamorada de Dios, porque la pasión de Dios es contagiosa. Un mentor apasionado contagiará a
sus discípulos a caminar en un nivel mayor de disciplina. Cuando la gente ve
cómo es usado por Dios, anhelan ser usados de igual manera.
3-. La que viene del llamado de Dios en
nosotros. A Jeremías la pasión lo consumía por dentro, y era más fuerte que su
propia voluntad. Todos necesitamos: fuego para adorar, orar, servir,
evangelizar y cumplir nuestro propósito. Una pasión que nos quema los huesos.
¿Qué produce el
fuego en nosotros?
El apasionado se levanta cada
mañana con el deseo ardiente de ver a la gente salva, al endemoniado libre y
muchas vidas transformadas. El fuego de Dios le impulsa a vivir con
expectativa por lo que Dios hará cada día. El fuego de Dios produce en
nosotros:
1. Un cambio en nuestro corazón.
2.
Transformación de la mente.
3.
Compromiso con Dios.
4.
Hambre por Su presencia.
5.
Demanda por lo sobrenatural.
6.
Que otros se contagien de ese fuego.
7.
Perseverancia para vencer la oposición.
Quien no tiene pasión por Dios le cuesta vencer el sufrimiento, pero el
apasionado posee una fuerza interna que lo impulsa a decir: “estoy caído, pero
no derrotado”. La pasión por el propósito de Dios en nuestras vidas nos ayuda a
vencer el dolor del pasado, la baja autoestima, el rechazo y los problemas
financieros; nos impulsa a salir adelante
y vencer el sufrimiento.
Hoy necesitamos renovar nuestra pasión por Dios para evangelizar, orar,
predicar, enseñar, alabar y adorar. Necesitamos avivar nuestra pasión por la
visión de la casa, por ganar almas y por demostrar el poder de Dios con
milagros, señales y maravillas.
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Es el mismo texto que aparece en el libro 52 lecciones de vida de Guillermo Maldonado exactamente copiado desde el versiculo hasta el final.
ResponderEliminarSi es exactamente igual 😳
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